LO QUE ENTIENDO POR BOXEO
Si se me pregunta
por boxeo, he de confesar que solo puedo responder en términos de cine negro.
Sé que hablamos de una disciplina deportiva y que hasta tiene la categoría de
olímpica pero, sinceramente, para mí eso es otra cosa. Así, no puedo concebir
un combate en una fecha posterior a los años 60, ni en un lugar distinto a un
pabellón cochambroso, en cuyo centro se levanta el cuadrilátero (aunque casi
resulte imposible verlo desde las butacas más alejadas, pues la atmósfera,
viciada por el humo de cientos de cigarros y puros, el olor de una muchedumbre
enfervorecida que traspira adrenalina pura y sus gritos viscerales, de tan
densa golpea casi con la misma fuerza que los púgiles).
En este ambiente atrabiliario y envilecido, las clases
populares quedarán arriba del todo con sus trajes arrugados y mil veces
remendados, camisas con el puño y el cuello sucios y zapatos agujereados,
mientras las primeras gradas, los que están casi bajo las cuerdas, vestirán
trajes cortados a medida, sombreros de ala ancha, corbatas con ostentosos
alfileres, pañuelos de seda y a su lado, como un adorno más, como otra
ostentosa exhibición de clase, mujeres con vestidos largos, de generoso escote,
ceñidos a la piel pálida, con una apertura lateral que les permite mostrar unas
piernas esculturales embutidas en medias también de seda, rematadas por zapatos
de tacón alto. Y en el ring, ese lugar donde cae pesadamente la desmesurada luz
argéntea de los focos, han de enfrentarse, no puede ser de otro modo, el
Campeón contra el Aspirante.
La metáfora (la crítica social que tiene que
acompañar siempre al cine negro) está servida: porque el Campeón se
identificará con los que están más cerca y al igual que estos, no tendrá
escrúpulo alguno para ganar el combate, se servirá del soborno, la amenaza, el
golpe ilegal que el árbitro, convenientemente, no amonestará, porque ya no es
un deportista, porque lo que le interesa es mantener su estatus; y el Aspirante
será quien represente a la gran mayoría al ser su procedencia común a la de
todos ellos, porque si se dedica a este brutal deporte es como única salida a
una existencia que está abocada al crimen o a la pobreza, es decir,
paradójicamente ha de ejercer la violencia para no ser su víctima: por eso
nunca se rendirá, por eso jamás tirará la toalla y de ningún modo aceptará el
chantaje de los corredores de apuestas. Ahora bien, esto no le asegurará la
victoria, de hecho, tras este combate definitivo, o el Aspirante acaba
venciendo y convirtiéndose en Campeón de modo que se alejará, corrompido por el
éxito, de sus orígenes hasta que se enfrente con un nuevo Aspirante, trasunto
de quien fue él no ha mucho; o pierde, de una forma definitiva y absoluta,
puesto que al hacerlo no le quedará más remedio que finalmente ceder, vender
sus puños y convenirse en un matón, en un delincuente menor y eternamente
desdichado.
Eso
es para mí el boxeo, una imagen arquetípica, sí, supongo muy alejada a lo que
el anfitrión de esta página (conocedor y amante del deporte) sabe que es real,
pero no quería dejar pasar la oportunidad de rendir un pequeño homenaje a ese
puñado de películas de las que se me ha quedado grabado el ambiente descrito
más arriba (Marcado por el odio, El ídolo de barro, Más dura será la caída o
Toro salvaje se me ocurren a bote y pronto).
Juan Navarrete
@vraudym
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