Aprovechando
que durante mis vacaciones he visitado el norte de España y pasado unos días en
Vitoria, no podía eludir la posibilidad de conocer Ochate, ese pueblo
abandonado en la actualidad sobre el que recae la leyenda de “Pueblo Maldito”.
En la mañana
del martes 23 de julio de 2019 emprendí junto a mi colega y también colaborador
de este blog Juan Navarrete los escasos veinte kilómetros que separan Vitoria
de Otxate (nombre del pueblo en vasco, cuya traducción al castellano es “Puerta
secreta” o “Puerta del ruido” aunque también se ha traducido por “Puerta del
frio” o “Puerta de Gog”, personaje bíblico demoníaco del Apocalipsis), siempre
con el escepticismo que me caracteriza (y eso que Juan en mucho más escéptico
que yo…) pero con la curiosidad innata que tengo por el mundo del Misterio y lo
que lo rodea.
Durante el
corto trayecto en coche comentábamos lo que nos podíamos encontrar, si todavía
quedaría algo en pie puesto que las últimas fotos que había visto sobre el
lugar y lo último que había escuchado me hacía pensar que poco quedaría ya por
ver de este pequeño pueblo, cuya primera referencia histórica por escrito data
del año 1025, refiriéndose al mismo como Gogate. Hay escritos de los siglos XII
y XIII en los que se refiere al pueblo como Chochat, e incluso también como
Ochaite.
Circulando
por la carretera del Puerto de Vitoria, principal culpable de la despoblación
de Ochate, llegamos al desvío que nos encamina hacia nuestro destino, pasando por
el pequeño pueblo de Imiruri. Hay que recordar que Ochate ya estuvo una vez
deshabitado, concretamente entre 1295 y 1522 por las circunstancias propias de
la edad media, pasando a partir de esa fecha a convertirse en un importante
núcleo rural en la zona.
En el siglo
XIX Ochate, situado en ese “islote” burgalés en el interior de la provincia de
Álava que es el Condado de Treviño, estaba dentro del camino que unía Treviño
con La Puebla de Arganzón, además de ser paso obligado para llegar a Vitoria
desde la Meseta, lo que hizo que entre 1820 y 1830 llegase a su cénit demográfico
con una población de 52 personas. Un tiempo después se buscó un camino más cómodo
para llegar a la capital alavesa por el Puerto de Vitoria, lo que marginó al
pueblo apartándolo del paso de gente, una de las principales del descenso de su
población, aunque diferentes historias aducen otros motivos mas macabros…
Nos
encaminamos por la carretera comarcal hasta el cercano Imiruri, al que dejamos
atrás rápidamente en el corto zigzag que tenemos que realizar en el pueblo para
coger el camino rural que nos encaminaría hasta Ochate, teniendo cuidado al
circular por el mismo puesto que al tratarse de un camino de tierra y piedras
hay que hacerlo con precaución.
Entre bache y bache y con la Torre de la que
en otros tiempos fue la iglesia de San Miguel Arcángel al fondo salió a relucir
el origen de la leyenda de Ochate, con un nombre propio: Prudencio Muguruza.
Todo comenzó con un artículo publicado en 1981 por la revista “Mundo
Desconocido” firmado por J.J.Benítez en el que aparecía una foto de un supuesto
OVNI que el empleado de banca vitoriano dijo haber realizado en las
inmediaciones del pueblo de sus antepasados mientras paseaba con su perro el 24
de julio de 1981, aunque realmente la fotografía se realizó cerca de Aguillo,
un pueblo cercano.
Llegamos a
un cruce de caminos y decidimos dejar el coche allí y continuar nuestro
recorrido a pie, cruzando el arroyo de Goveloste, que en la época de mayor auge
surtía de agua al pueblo, cuyas aguas, según decía el “Diccionario
geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar”, de mediados del siglo XIX, eran de excelente calidad, el mismo
camino en el que en 1970 se encontró el cadáver calcinado del agricultor F.
Amestoy, hecho que coincidió “curiosamente” con la desaparición de Juan Peche...
y eso que el pueblo estaba ya abandonado.
Comenzamos a
subir una cuesta cuando poco a poco aparecía ante nuestros ojos la parte
superior de esa Torre de San Miguel, ya sin iglesia anexa puesto que sus
piedras fueron empleadas para el cementerio nuevo de Imiruri. Al mismo tiempo
podíamos contemplar el bello entorno de la zona, mezcla de burgalés y alavés.
La historia
maldita de Ochate procede de un artículo publicado también en la revista “Mundo
Desconocido” en 1982 y firmado por Pruden Muguruza titulado “Luces en la puerta
secreta” en la que relataba una serie de sucesos acontecidos en el pueblo como
las tres epidemias que sufrió (Viruela en 1860, Tifus en 1864 y Cólera en 1870)
y que curiosamente no afectaron a los pueblos colindantes, lo que supuestamente
produjo el abandono del pueblo fomentando su historia de pueblo condenado, pero
este hecho no está contrastado y plantea demasiadas dudas a los historiadores
de la zona.
Llegando ya
a lo poco que queda del pueblo pasamos junto a dos casas derruidas, una a cada
lado del camino y a la sombra de la Torre, con el radiante sol del amanecer
saliendo por el este, justo por encima de lo que queda de la Ermita en honor a
Nuestra Señora de Burgondo, una edificación que supuestamente data del siglo
XVII pero que hay muchos indicios que hacen pensar que es anterior, la cual
apenas se vislumbraba en la lejanía, tapada por la vegetación.
Seguramente
en alguna de esas casas en ruinas y sin techo se produjo algunos de los hechos
referidos por diferentes estudiosos del lugar como la caída del rayo que acabó
con la vida de ocho carneros o un incendio que estuvo a punto de causar la
muerte de los habitantes de la vivienda.
Tras pasar
un rato paseando por la explanada donde está la Torre de San Miguel, y aunque
estuvimos tentados de intentar grabar por si nos salía alguna psicofonía de la
joven niña que dice “Kampora” o “Pandora” o de la señora que pregunta “¿Qué hace aún la puerta cerrada?”,
finalmente decidimos subir en dirección este, hacia la ermita, pero en lugar de
seguir el camino nos lanzamos campo a través tirando por la trocha, ascendiendo
la Peña de Arrate, rememorando mis tiempos de senderista. Poco a poco nos acercábamos
a nuestro siguiente destino, sorteando piedras y zarzales, vislumbrando los
muros de Burgondo y girándonos en ocasiones para disfrutar del paisaje y de la
visión de la solitaria Torre a nuestras espaldas.
Finalmente
llegamos hasta la Ermita de Burgondo (conocida en otros tiempos oficialmente
como “Ermita de la Asunción”), la cual hoy en día se encuentra en ruinas tras
el incendio que sufrió el 27 de julio de 1983, y para nuestra desilusión ya ni
siquiera quedaban ni el camarín de la Virgen ni la bóveda, y donde únicamente
el arco sobrevive al paso del tiempo y los elementos.
Quizá la
hora a la que llegamos allí, las 10:30 de la mañana, no fuese la más adecuada
para encontrarnos con la “Dama de negro”, esa imagen fantasmagórica que mucha
gente dice haber visto entre los muros de Burgondo, pero aun así estábamos
pendientes por si acaso, nunca se sabe cuándo te puedes encontrar con el
Misterio.
Esta ermita,
que en su día fue bastante importante y contaba con Cofradía propia perteneciendo
a la hermandad de seis pueblos, también tiene su propia leyenda, puesto que
tras caer un rayo sobre la misma en el verano de 1947, un vecino de Imiruri
llamado Víctor Moraza, al intentar ver los daños sufridos en el tejado del
edificio y la grieta dejada por el rayo en la pared lateral encontró un gran
medallón con la imagen de la Purísima Concepción, y esta reliquia acabó creando
tal devoción que vuelve cada año a estos muros en la romería que hoy en día
todavía se celebra cada 15 de agosto.
No sabíamos dónde
podía estar la Necrópolis antropomorfa esculpida en la piedra que se encuentra
en los alrededores de Ochate, pero intentamos buscarla y para ello dejamos
atrás la Ermita y nos dispusimos a subir por la ladera de la Peña de Arrate
buscando por las diferentes rocas que salpicaban la misma.
Según
subíamos el paisaje iba ganando en belleza e intensidad, y aunque el calor
comenzaba ya a notarse no impedía que siguiésemos buscando “saltando” de roca
en roca por la ladera mientras veíamos el camino entre la Ermita y la Torre, el
mismo en el que en 1868 se dice que el párroco de Ochate, D. Enrique Villegas,
desapareció misteriosamente cuando subía hacia la Ermita en busca de unos
utensilios, un hecho que investigaciones posteriores desmintieron tanto por la
fecha de la desaparición (finales de 1871) como por lo misterioso (se fue a
Brasil con su sirvienta, de la cual estaba enamorado).
La búsqueda
fue infructuosa, como es lógico, puesto que estábamos buscando en el lugar
equivocado sin saberlo, pero al menos resultó interesante y sirvió para que nos
llevásemos un buen susto (o más bien fue Juan quien se lo llevó) puesto que
mientras yo había decidido subir un poco más hacia un conglomerado de rocas
como último intento, Juan se quedó sentado más abajo disfrutando del paisaje,
cuando, de repente, al levantarse sintió un tremendo estruendo a su espalda,
resultando ser el aleteo de una gran ave (que en nuestro desconocimiento
pensamos que se trataba de un águila) que emprendía el vuelo. No tuvo mucho de
misterioso, no fue sonido de campanas, ni el ruido estrepitoso de agua, ni un
gran corazón palpitando, pero si fue un buen susto…
Ante el
resultado negativo de la búsqueda y el intenso calor que comenzaba ya a notarse
decidimos desandar nuestros pasos y volver hacia la Torre de San Miguel, pero
esta vez bajando por el camino y esperando que no se cumpliese lo que decían en
otros tiempos las gentes de alrededor: “Peña
de Arrate, cae y mata a esos jodidos de Ochate”.
La mañana era calurosa y despejada,
aunque poco a poco se iban formando pequeñas nubes en el cielo, y agradecimos
no encontrarnos con la niebla típica de esta zona, la misma que hizo que una
compañía del Ejército Español, de maniobras en la zona, deambulase perdida
durante más de cuatro horas.
Volvimos a pararnos en la explanada bajo
la Torre, y en esta ocasión bajamos hacia la otra casa cuyos muros todavía
siguen en pie y cuya leyenda es la más trágica, puesto que, en enero de 1936,
una discusión entre dos pastores que compartían corral para sus ovejas acabó en
asesinato por parte de Jacinto Ramírez, conocido por su mal carácter, quien
disparó a quemarropa con su escopeta al otro pastor, Valeriano Trincado,
rematándolo en el suelo a base de golpetazos en la cabeza con un palo. Este
tétrico suceso fue el detonante definitivo de la despoblación de Ochate.
Finalmente, nosotros también abandonamos
el pueblo y lo dejamos solo, en silencio, con la sensación de haber visitado un
sitio con su historia propia, que seguramente no sea la que se ha contado
tantas veces de manera sensacionalista, pero con el trasfondo propio de los
pequeños pueblos agrícolas. Una experiencia interesante.
Ignacio Ortiz
@00CAFETERO